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COMENTARIOS CRITICOS 

LUZ DE FUGA fue seleccionada entre las mejores obras de la literatura colombiana del siglo XX. (Columna Literalúdica – Lecturas Dominicales de El Tiempo, 2 de enero de 2000).

Prestigiosos críticos, investigadores, docentes universitarios, escritores y periodistas culturales lo destacan como uno de los escritores más importantes de Colombia:

Jorge Eliécer Pardo:

 

Guillermo Velásquez Forero es “el minicuentista excelente”.

Isaías Peña Gutiérrez (Arca - Lecturas Dominicales - El Tiempo).

 

Guillermo Velásquez Forero es “uno de los mejores autores de cuento corto en Colombia”.

(Escribir como un loco –revista virtual):

Guillermo Velásquez Forero nació en San Vicente de Chucurí (Santander), nombre sacado de una de sus minificciones, y vive en Tunja aprendiendo el frío desde hace 30 años. Aunque poeta (ha ganado varios concursos de poesía y cuento a nivel departamental y nacional, y ha publicado libros como Militante sin reino y Luz de fuga), su especialidad es el cuento corto. El año pasado publicó, con prólogo de Guillermo Bustamante Zamudio, una recopilación de sus cuentos con el título de La bestia divina, que somos todos los humanos. En general, un animal parecido o del género de los insectos, nos piensa o en su transformación le sucede algo que nos puede inquietar (para no decir "enseñar"). Y Guillermo lo estampa en un cuento rápido.

 

Margarito Cuéllar, de México, (revista Común Presencia No. 16) : 

Destaca a Guillermo Velásquez Forero como: “autor de prosas breves que son una radiografía precisa del humor, el sarcasmo y la reflexión crítica.”

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Henry González (Antología La minificción en Colombia –Universidad Pedagógica Nacional):

 

Guillermo Velásquez Forero es uno de los autores “reconocidos y consagrados” de minificción en Colombia.

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Ignacio Ramírez (Literalúdica – Lecturas Dominicales – El Tiempo): 

 

“En Tunja vive un hombre que sabe hacer extrañas y deslumbrantes historias con muy pocas palabras. Su nombre es Guillermo Velásquez Forero; nació en San Vicente de Chucurí y ha ganado premios literarios no sólo por estar arraigado en la estirpe de Monterroso, sino especialmente porque en tiempos de tanto desperdicio él economiza palabras sin escatimar un ápice de imaginación.” De Luz de fuga, su libro aún hirviente, transcribimos estos relámpagos de muestra.

 

Leidy Bibiana Bernal (revista Minificciones No. 21): 

 

Cuando terminamos la lectura de este libro de minicuentos [Luz de fuga], descubrimos otro de los grandes vacíos, y el poco rigor investigativo, de antologías como la de Henry González (La minificción en Colombia) donde se ignora tan importante escritor de minificción en Colombia. Todos los elementos del género los maneja Guillermo Velásquez Forero mediante un lenguaje pleno de metáforas, sátira e ironía, capaz de circunscribir en relatos ultracortos, dramas políticos, sociales, económicos y psicológicos de honda intensidad. El universo de sus minificciones es el de Colombia o el de cualquier otro país de Latinoamérica, agobiado por el poder militar, por la miseria y la angustia de la supervivencia, por la desigualdad económica, el desamparo y la soledad del hombre actual. Guillermo Velásquez Forero con los 104 microrrelatos de Luz de fuga se ubica, por derecho propio, por su estilo y su contenido, entre los más representativos escritores de minicuento en Colombia, y entre las voces capaces de ganar un puesto a nivel latinoamericano.

  

Milcíades Arévalo (revista Puesto de Combate

No. 50): 

Luz de Fuga, un libro ágil, maravilloso, breve y contundente.”

 

 

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Hernán Joaquín Fonseca Jiménez (Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia - revista Cultura ICBA No. 139):  

 

La ficción súbita es como una burla a la lógica y, al mismo tiempo, la revelación de la verdad. Por lo menos así lo quiere presentar Guillermo Velásquez Forero en su libro de minicuentos Luz de Fuga. En sus relatos ultracortos mezcla la realidad con la fantasía es una fusión visionaria donde lo irreal o sobrenatural se mezcla con lo real, lo posible y verificable. Objetos y personajes reciben cualidades que nos les corresponden, pero que la emoción estética del poeta siente así.

 

El lector, en un diálogo veloz y, al mismo tiempo detenido, ríe, piensa, se conmueve y se siente interpelado, pues los minicuentos cumplen con la gracia que se le exige: son pequeñas granadas que detonan en el cerebro del lector. La turbación es inevitable, pues el manejo artístico de las imágenes, la densidad sémica, junto con un tono irónico-satírico, dirigido únicamente a apoderarse súbitamente del lector, logran sacarlo de su centro y poner en perspectiva su vida y la del relato.

 

Guillermo Velásquez Forero en unas pocas líneas crea un mundo autorreferencial que detona en la conciencia, perturba y golpea por la fugaz y súbita corriente de detalles que lo traspasan.

 

Son minicuentos exentos de todo realismo naturalista, más bien lindando con lo grotesco y lo satírico. Sus personajes son apariciones, no por ello parciales, sino totales, que se alejan rápidamente de nuestros ojos con sus historias desgraciadas, irónicas, jocosas y críticas. Muestran en imágenes e ideas lo absurdo dentro de lo cotidiano, lo inesperado junto con lo incongruente sustentado por una prosa grávida de lirismo dentro de un tono coloquial que convoca, en medio de la imaginación desbordante y el planteamiento de problemas humanos sociales y metafísicos, una relación afectiva entre texto y lector; todo ello desde lo simbólico y alegórico para propiciar el asombro, la sorpresa, el desasosiego.

 

Ambiguos y líricos, los minicuentos de Guillermo Velásquez Forero efectivamente despiertan un vivo interés en el lector ante la novedad, el reto de interpretación, la impresión del momento que cala y la viveza del lenguaje. Se entabla entonces un diálogo fructífero de construcción de sentidos, en el cual se descubre primeramente el sentido de un desdoblamiento de la realidad y del hombre para revelar su laberinto insondable. 

 

 

Luis Ernesto Lasso (Universidad Surcolombiana - Prólogo de El gesto de la huella) titulado: 

 

Una visión angustiada y escéptica del universo): ¿Quién hace poemarios urdidos palabra a verso? Pocos, en el país menos, que yo sepa entre consagrados e inéditos. Pues lector posible, aquí va uno: pergeñado bajo gestos de lo intangible para crear huellas en lo difuminante del dolor y de las despedidas, Guillermo Velásquez Forero, entrega una voz madura, aguda y penetrante en la silueta de las almas y de los seres, como para evitar el olvido de su nombre, ligado al permanecer de lo innombrable.

 

Los seis segmentos que vertebran este canto: – Festejos del amanecer, La noche, La casa, La ciudad, Mester de fuga y Gesto del adiós– intentan una totalidad: las aves negras cantoras de luz, enviadas por Chiminigagua, con sus “canciones verdes” anuncian el derrotero de la huida, el camino hacia el vórtice de la nada, pese a que el vate intente postular el tiempo favorable con la complicidad de Eliseo Diego. No importa que “el insomne desamado y ebrio / mendigo de las estrellas” haga su brindis de luz para que las niñas del amanecer ignoren su existencia, así lleven “en la fiesta de su frente / una lujosa cristalería solar”. El poeta se asume solitario para, acodado en la venta, ver el desfile de los seres, ya sea escuchando “los pájaros que festejan el nacimiento del mundo” desde su amanecer, ya en la noche oscura donde las guitarras “arrullan un ensueño” o se escuchan ruidos sordos y ocultos, difíciles de desentrañar: “La voz innombrable”. Oteando entre la niebla, el pasajero de la noche dice: “Despierto y hallo en el espejo sólo huellas, estelas, gestos de luz”.

 

Por supuesto, el cantor –cuando lo es de veras–  no acalla las voces de los otros y advierte en la penumbra a los “hijos de la niebla”, afilando su navaja de silencios: “no duermen / porque les están vedados los sueños”. Hallazgo superador del populismo manido, el hundimiento en la circunstancia de lo oscuro, permite la solidaridad auténtica con quienes padecen del todo.     

 

Del amanecer a la penumbra, en el intermedio queda La casa: a oscuras, con ruinoso jardín, enfantasmada por hijos pródigos, inquilinos de la fuga, con puertas abiertas, traspasadas por un viento que entra y sale “como buscando los ausentes”, con patios que acaso son nostalgia de la infancia, tiene unos habitantes desahuciados “apenas inquilinos de sí mismos”.

 

Tanto ahondar en la descomposición del propio vientre materno no lleva sólo a superar clisés al mando –el poeta en tiempos de horror debe “volar bajo”, ser “Ícaro infame” – sino a entrever alguna salida de lo escatológico para lo cual el creador vuelve a mirar a su entorno, buscando construir “lindas casitas de nube / donde irán a vivir felices / las almas de los obreros”. Fuera ironías dobles, en el poema citado hay un repliegue mínimo, inmediatamente contrastado con las casas de Dios, “que son templos deicidas”.

 

Extendida la mirada, hallamos la Ciudad –“rebaño de soledades / que se pastorea / entre los muros”. Subjetivizada en tanto la transmutación de los humanos cosificados, el poeta siente su dolor: “Cómo sufre por los que la habitamos”. A medias dulcificado el tono tanático, aquí el habitante desolado y sediento espera por un ángel aguatero que vendrá a “enseñarnos a sembrar agua”. Pero la tregua es mínima: Las calles alegres y valientes, “callan y palidecen / en el ocaso perpetuo de sus soles/ cuando la hilandera les recoge / la última hebra de luz / y la deja / desnudas / huérfanas / mendigas”.

 

En la parte V del poemario urdido para el desconsuelo, el poeta deja ver a los mortales para inquirir sobre su propio asunto: El fugitivo oficio de vivir. Mester de fuga es corazón de certidumbre, aunado a una forma paradojal que tiene su expresión en poemas como Ventana al galope y Gime el amanecer: aquí la expresión más lograda de Velásquez Forero, capaz de pincelar para un texto en prosa o una estrofa profunda los pliegues mayores de su visión angustiada, escéptica del universo: “Para burlar / la condena / vivo siempre / volando / en esta celda”. Esa atroz conciencia que no permite salvamento ni por la escritura –conciencia desgarrada, pero conciencia alentadora– se hace patente en los últimos versos de “La mano revelada”, otro guiño atormentado que corrobora la ineficacia de empeñar la voluntad en el desciframiento del mundo: “Se cierra sobre sí misma, / empuña el lápiz / y exprime su lágrima, / escribe su propia infamia.”

 

Gesto y huella, temblando en el umbral, se abrazan en el adiós, “último gesto del prófugo, marca que aspira a indeleble en el postrer intento de permanencia que intenta el huyente. Para contrastar a Huidobro que sitúa en el epígrafe, este solitario que profundiza en la sinrazón del mundo, se sabe “dios descielado” –¿como Gómez Jattin?– que en medio del derrumbe de todo –amanecer agorero, sombras nocturnas, casa ultrajada y abandonada, ciudad de inquilinos rabiosos, escritura paradojal y sin punto de llegada– aspira minúscula, graciosamente, a dejar una huella que supere las cenizas: “fue una hierba aérea / florecida / a la orilla del abismo, / alado verdor de otros caminos”.

 

 

 

 

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Guillermo Bustamante Zamudio (Prólogo de La Bestia Divina):

 

Hay cosas que no deberían existir. Los prólogos, por ejemplo. En ellos, no pocas veces nos resumen el texto, lo cual presupone que el texto es resumible, cosa que es doblemente falsa en el caso de la literatura –donde la literalidad es una parte fundamental de lo que está en juego– y más en el caso de Guillermo Velásquez Forero (San Vicente de Chucurí, 1954), un escritor que trasciende las anécdotas para ubicarse en ese terreno donde la palabra se enemista con el sentido preestablecido y no comunica sino que significa, y no significa sino que edifica… no en vano Velásquez Forero ha ganado dos concursos nacionales de poesía.

 

Hay ciertas maneras de hacerle un servicio a no se sabe qué, que conciben al ser humano como una continuidad de la naturaleza, como un ser con un destino misericordioso, como un privilegiado del universo, como el último eslabón de una inédita cadena evolutiva. Por eso resulta difícil –y hasta peligroso– mostrarle que es una bestia. Pero no otra cosa hace la literatura: cuando trama sus pasmosas genealogías, el hombre resulta emparentado con unos dioses despiadados que, si se ocupan del destino humano, es para honrar la creencia que tal criatura profesa hacia ellos y que les permite ser. Así, a la usanza de antiguos y sempiternos fabuladores, jaulas y sus pájaros, mansedumbre y sus ovejas, sinuosidades y sus serpientes, chascarrillos y sus burros… desfilan sin dolor de especificidad junto con animales fantásticos ancestrales –como el dragón– y recién nacidos –como la hormigarra o la hija del ave Fénix y de Ícaro–. Cualquier bestia, cercana o lejana, de la granja o salvaje, en tu corazón o en tu bolsillo, murciélagos lujuriosos, peces sindicalizados… no escatima ningún hábitat, ningún nicho, para pintar el pasmoso linaje y la insondable descendencia de unos seres sobrepasados por el lenguaje, ese polizón que llevan dentro: desgarrados por las fantasías, lobos de sí mismos, ignorantes del sentido que inventaron, máquinas de impulsos destructivos, insaciables de nada, preguntas abiertas,  curiosos de un sexo que no logran cuadrar en el rompecabezas, horrorizados por la libertad… y, por todo eso, extrañamente maravillosos.

 

Borges dijo que si ser devorado por un dragón era terrible y maravilloso, más lo era ser un dragón, pero que más extraño que ser un dragón era ser un hombre. Guillermo Velásquez Forero nos enseña minuciosamente por qué, en este bestiario.

 

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Raúl Brasca (Buenos Aires, Argentina):

 

Los textos breves de Luna de Espantos son la cabal demostración de las aptitudes del microrrelato para significar mucho más que lo que denotan sus palabras. Hábil en el uso de los modos oblicuos de expresión, como la ironía y la alegoría, Guillermo Velásquez Forero crea piezas brevísimas de ponderable potencia, disparos por elevación que siempre dan en el blanco. Es un mérito mayor, porque el blanco está oculto y se revela sólo por el sonido del impacto. Lo certero de sus finales, consecuentemente, no puede ser verificado, es poderosa conjetura que se resuelve, casi siempre, en certeza poética. A menudo, un súbito estallido cuyas esquirlas aluden con fuerza a lo no dicho, prolonga y expande el texto en la mente del lector después de la última línea. Puede afirmarse, por tanto, que Velásquez Forero cuenta también el silencio, un silencio sustancioso, muchas veces cargado de dolor, indignación y desesperanza americanos.

 

 

 

 

Lourdes de Armas (La Habana, Cuba):



Por su arquitectura, los nombres de sus calles, su clima, sus tradiciones y tesoros perdidos que conserva intactos como si la historia no le hubiera hecho estragos, y por la calidez y el afecto de las personas que la habitan, Tunja es inefable. Los amigos que hicimos con rapidez por la necesidad de la prisa y que guardo para siempre en mi corazón, son el significado explícito de la palabra inefable. Me llamó la atención su poesía y sus poetas. Mujeres y hombres exhiben sus pensamientos de manera poética, es eso estar en armonía con la paz y la justicia. Uno de ellos despierta mi interés y de ahí surge el título de este artículo, Guillermo Velásquez Forero, es un poeta rabioso, su poesía está rabiosa por la injusticia que lo rodea y que él nos muestra como quien grita para que miremos a nuestro alrededor. “Amanuense de espantos”, su primer poema del libro “Luna de Espantos” comienza a mostrarnos el desequilibrio y la rabia de la musa que ya no quiere aparecer por encontrar indigna su misión de iluminar al poeta: …”estoy desencantada de esa plaga, cansada de que me utilicen para cantar la peste devastadora de sus heroísmos homicidas, la magnificencia de sus delirios y los desastres extraordinarios de su grandeza”.

 

Aquí nos da una lección el poeta, quien nos lleva de la mano para mostrarnos la necesidad de expresar en el arte nuestro mundo circundante, de denunciar, de comunicar; es ésa la misión del escritor, su responsabilidad con el mundo y los seres humanos; la poesía no es un acto de belleza insulso sino la injusticia y el dolor expresado con palabras bellas.

 

Velásquez Forero se regodea detrás de una excelente metáfora desbordada de misticismo y que a la vez se cruza con los conflictos sociales, políticos y sicológicos de sus personajes. Luna de espantos es un libro de cabecera, escrito con un excelente dominio del lenguaje y recursos poéticos que van desde lo tradicional hasta lo experimental. Leerlo es entrar en conspiración  con su autor, sus sueños y deseos más íntimos, es ver tras cada texto la punzante rabia de la palabra, la exaltación de la lucha por la paz y la justicia.

 

 

 

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Liliana Chávez (Argentina –revista La Urraca):

 

“Me encantan los cuentos cortos de Guillermo Velásquez Forero”.

 

 

 

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Ignacio Ramírez (Literalúdica – Lecturas Dominicales – El Tiempo): 

 

Por su nivel paradigmático de calidad estética, Luz de fuga es una excelente obra que será representativa y de fundamental importancia para la configuración de un género que aún no cuenta, dentro de la literatura colombiana, con teoría literaria, crítica ni investigaciones. Su más de un centenar de ficciones son verdaderas obras de arte literario en miniatura, narraciones que fluyen con  ritmo vertiginoso y culminan con el destello de un instante revelador.

 

Es una escritura sustancial donde el intenso esfuerzo de síntesis llega a palpar los ámbitos del silencio, urdiendo una compleja red de connotaciones con las cuales crea un universo simbólico. Son textos certeros en los que poesía, ironía sarcástica, humor negro, reflexión crítica y rigor técnico se confabulan para impactar y deleitar con imágenes artísticas de nuestra condición humana y las vivencias cotidianas; pero en éstos la invención poética y la construcción de espejos imaginarios trascienden la realidad transformándola en una creación estética. La brevedad esencial de estas minificciones estalla en efectos pirotécnicos que impresionan e iluminan la imaginación y la sensibilidad del lector.

 

 

 

 

 

Ana Gilma de Muñoz (Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia – Revista Cultura 138): 



​Un país como Colombia, rico en climas, paisaje y gentes ha permitido que de algunas de sus ciudades y poblados surja la voz que en medio de nosotros, rompa la oscura monotonía de la palabra cotidiana para entregarnos la palabra imagen de la vida, del mundo, de los otros y del yo, en forma particular. Este es el caso del escritor Guillermo Velásquez Forero, que en varios concursos y certámenes ha presentado sus obras y ha ocupado siempre posiciones meritorias. En el Primer Concurso Nacional de Poesía “Ciudad de Chiquinquirá” 1993, obtuvo el primer premio con el libro titulado Itinerario del exiliado. El jurado, en ese año, estuvo constituido por los escritores Rogelio Echavarría, Víctor López Rache e Isaías Peña Gutiérrez. Al año siguiente, en el Segundo Concurso Nacional, de la misma ciudad, obtuvo también el primer lugar, esta vez compartido con el escritor boyacense Laureano Alba.

 

El libro de Velásquez Forero, premiado en 1994, se titula Militante sin reino. Los sesenta y dos poemas de Militante sin reino manifiestan una manera singular de ver el destino, la vida, la muerte, la realidad y, en especial, el hombre y su relación con la ciudad, el tiempo y su propia soledad. Al leer este libro nos surge la pregunta: ¿Es el escritor un ciudadano más? O ¿es un hombre destinado a sufrir el mundo, a contemplar la pena, las ausencias, las derrotas y nuestros fantasmas? O, por otra parte, es el artista el hombre que comparte con sus semejantes “La canción de las estrellas”, “La dulce voz del río” o que ve en el cuello de la jirafa una “Escala de ternura por donde sube al cielo la música de las hierbas” (págs. 87-89).

 

Militante sin reino es un libro para leerlo provistos con el espíritu del que no se deja vencer aunque el espejo de la vida en donde nos estamos mirando tenga fisuras o grietas profundas. Se escucha el fragor de la batalla espiritual y verbal del escritor que transforma las crudas realidades nacionales y humanas en poemas constituidos por imágenes novedosas y asociaciones intrépidas, de palabras y sonidos:

 

El picapedrero se derrumba

y desvanece entre las sombras

como si los numerosos golpes

con que demolió el día

los hubiera asestado

contra sí mismo.”

 

El creador de poemas se convierte en el cauce que enrumba el caudal del texto, y éste posee determinaciones histórico-culturales de una época. A los jóvenes poetas colombianos les ha correspondido estar inmersos en un mundo complejo de situaciones y vivencias. Quizás por esto, los poemas de Militante sin reino están cruzados por serios contrastes de luz y sombra, vida y muerte, amor y muerte, cruda realidad y falsas ilusiones, entre otras situaciones límite que afectan al creador, como ser típicamente sensible, permeable y vulnerable. Así, lo perecedero y lo infinito entran en el torbellino de la emoción y la palabra. Los temas y actitudes conforman un espectro amplio que abarca desde los seres, faenas y circunstancias de orden elemental y sencillo, hasta la idealización, la concepción mítica y la percepción de lo trascendente o lo sagrado.

 

Lo simbólico y lo mítico configuran un personaje poético que, como héroe moderno, está enfrentado a un destino absurdo que lo lleva a luchar con el dragón legendario que habita, no en viejos castillos encantados, sino en la propia fortaleza de su ser (pág. 83). Los pájaros, en su tratamiento poético, podrán considerarse como símbolos del deseo de ascenso, de trascendencia del hombre, y significa la humana ambición de una eternidad misteriosa (pág. 92).

 

La ciudad es un tema constante en el libro y el hombre la padece: las calles se le figuran reptiles desmesurados que amenazan, y los edificios son “ladrones de paisajes”; así, el hombre se ve inmerso en un mundo complejo, donde está presente lo terreno y lo celeste, y donde la dimensión temporal convierte la realidad de la vida en un vertiginoso desandar. El carácter efímero de la existencia está anunciado desde los epígrafes: cita de Octavio Paz:

 

Oigo mis pasos

pasar en esta calle

donde sólo es real la niebla.”

 

Y de Jorge Carrera Andrade: “Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje como las vanas cifras de la espuma”. La vida es un “mapa de adioses” (pág. 82) y su transcurrir es un proceso de agonía.

 

En Militante sin reino también se percibe la irreverencia, la desacralización, la pesadilla, o el sabor amargo, la mayoría de las veces expresados mediante disonancias, ironía y frecuentes oxímoros. Ej.: “Las espinas de la sonrisa”, o “inefable inocencia de alcantarilla”. En algunos poemas se presentan seres destruidos en el alma, el cuerpo o la razón; se encuentran personajes, irredentos, en el amor de heridas y desvelos. En otros, el hombre trata de buscarse, hallarse y conocerse. Los espacios nocturnos sirven de fondo para el anonadamiento del ser en el que se dan el adelgazamiento y la resequedad del alma. Hasta en el fuego del deseo y el amor está el fantasma del asombro y la incertidumbre del ser.

 

 

 

 

 

 

Fernando Soto Aparicio (Ver Bien Magazín para vivir 20/20):

 

Guillermo Velásquez Forero me llegó, como escritor, a través de su libro Luz de fuga, que utilizamos en la universidad con los alumnos a quienes intentaba acercarlos a los libros y enseñarles a pensar, a leer y a escribir. Estos cuentos mínimos en su extensión, pero extensos en su significado, nos acompañaron durante dos semestres de análisis, y desde entonces ese libro, hoy agotado en las librerías, sigue en la biblioteca universitaria como obra de consulta.

 

Guillermo es un hombre adicto a la literatura. Esta adicción se tiene o no se tiene desde el comienzo de la vida, y nos acompaña hasta el comienzo de la muerte. Guillermo posee el deseo de contar cosas a través de sus libros, de explicarlas en la cátedra, de vivirlas en lo cotidiano. Por eso, desde que nació en Chucurí, un pueblo de Santander, supo que estaba destinado a sufrir esa extraña pasión literaria, que cuesta lágrimas y que aporta resplandores, que nos deja a veces estremecida el alma y que siempre es como la última luz que jamás podrá apagarse en las lontananzas de la memoria.

 

Se graduó como licenciado en lingüística y literatura en la Universidad de la Sabana, y luego hizo una especialización en literatura y semiótica en la UPTC. Ha sido editor, promotor cultural, profesor, mecenas, organizador de eventos y festivales de la cultura y, por encima de todo, escritor de varios libros. Sus poemas y cuentos figuran en numerosas antologías editadas tanto en el país como en el exterior, y pese a que la dedicación a la cultura a veces nos golpea, no se ha dejado vencer por los coletazos  de la adversidad.

 

Ahora, en la Secretaría de Cultura y Turismo de Boyacá, ha logrado la hermosa edición de su libro de minificciones La Bestia Divina. Son cerca de noventa “cuentos”, si así pueden llamarse, o reflexiones, o fábulas, o invenciones, o pensamientos. En todo caso son pequeñas joyas, donde no falta la ironía, la pincelada del humor negro, la sátira, la banderilla en el lomo de este animal cansado en que a veces se convierten los pueblos sometidos durante décadas a la desesperanza.

 

La Bestia Divina es una obra polémica y conflictiva desde su título en adelante. Es bueno, de verdad, este nuevo libro de Velásquez Forero. Lo reafirma en el lugar que viene ocupando hace años, como uno de los escritores más representativos del país. 

 

 

 

 

 

1.0 Jorge Eliecer Pardo

2.0 Isaías Peña Gutiérrez (Arca - Lecturas Dominicales - El Tiempo).

3.0 Ignacio Ramírez (Literalúdica – Lecturas Dominicales – El Tiempo)

4.0 Henry González (Antología La minificción en Colombia –Universidad Pedagógica Nacional)

5.0 Margarito Cuéllar, de México, (revista Común Presencia No. 16)

6.0 Leidy Bibiana Bernal (revista Minificciones No. 21)

7.0 Milcíades Arévalo (revista Puesto de Combate No. 50)

8.0 Hernán Joaquín Fonseca Jiménez (Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia - revista Cultura ICBA No. 139)

9.0 Luis Ernesto Lasso (Universidad Surcolombiana - Prólogo de El gesto de la huella)

10. Guillermo Bustamante Zamudio (Prólogo de La Bestia Divina)

11. Raúl Brasca (Buenos Aires, Argentina)

12. Guillermo Bustamante Zamudio (Prólogo de La Bestia Divina)

13. Lourdes de Armas (La Habana, Cuba)

14. Ignacio Ramírez (Literalúdica – Lecturas Dominicales – El Tiempo)

15. Ana Gilma de Muñoz (Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia – Revista Cultura 138)

16. Fernando Soto Aricio (Ver Bien Magazín para vivir 20/20)

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